La mejor decisión
Cuando Alicia se encontraba en el cruce de caminos sin saber qué dirección tomar, le preguntó al Gato de Cheshire si podía indicarle hacia dónde tenía que ir desde allí.

- Eso depende de a dónde quieras llegar -contestó el Gato.
- A mí no me importa demasiado a dónde... -empezó a explicar Alicia.
- En ese caso, da igual hacia a dónde vayas -interrumpió el Gato.
-... siempre que llegue a alguna parte -terminó Alicia a modo de explicación.
-¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte -dijo el Gato-, si caminas lo bastante. (Lewis Carroll. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas)
Está claro que el Gato era más filósofo que psicólogo, pues de lo contrario seguramente le hubiera aconsejado a Alicia que concretase su lugar de destino, que recopilara después toda la información posible acerca de los caminos, analizara y valorase las diferentes opciones, tomara una decisión y una vez llevada a cabo por último, evaluáse el resultado como aprendizaje para futuras ocasiones.

Disponer de un método práctico, conseguir ejecutarlo y conservar cierta disciplina en su aplicación, no es cosa desdeñable desde luego. Tampoco lo es poder recurrir a alguien con dominio en la materia que nos ayude. Pero no siempre es tan sencillo, ni se cuenta con ayuda y si además añadimos el componente emocional tan inherente al ser humano, encarar un cruce de caminos puede convertirse en un proceso algo más desconcertante y difuso que formular un simple algoritmo. Nadie nace aprendido y el destino nos pone a prueba no cuando queremos, sino cuando tiene que hacerlo. Y hemos de afrontarlo con lo que somos, con lo que tenemos en ese momento.

¿Qué podemos hacer cuando todos los caminos nos parecen igualmente válidos? ¿O cuando ninguno lo es o peor, cuando no vemos ningún camino?
A veces solo podemos confiar en nosotros mismos y esperar. Siempre, en algún lugar, acaba abriéndose algún camino. Siempre se enciende alguna luz, aunque sea pequeñita. Confiar y esperar.
¿Cuántas veces tenemos que tomar decisiones difíciles? Con nuestra pareja, con nuestros hijos e hijas, con nuestro trabajo o negocio, con nuestro entorno, con nuestro modo de relacionarnos, con nuestro modo de hacer las cosas... ¿Cuántas veces nos equivocamos?
Marsha Linehan, genial psicóloga norteamericana, afirma con sencillez que "no existen las soluciones perfectas". Pero sí existe la solución que podemos elegir para nosotros. Solo hay un fracaso: desaprovechar la inmensa oportunidad de vivir y no tratar de esforzarnos en lo que queremos. Equivocarnos, reconocerlo y seguir viviendo nos hace más grandes.

La vida es tomar decisiones, arriesgar, renunciar, asumir las consecuencias... y volver a empezar. La vida es... vivir. Elegir un camino supone no andar otros. Tomar una decisión significa renunciar a otras alternativas posibles. Siempre nos perdemos algo ¡Cuántos "yoes" han quedado sin realizar! Hay mucha renuncia y mucho valor en lo que ya somos.
La mejor de las vidas está llena de derrotas. No recuerdo la película o el libro donde encontré esta frase. Vamos acumulando experiencia y nuestras decisiones van perdiendo peso. La vida nos va mostrando la más valiosa de las enseñanzas: aprender a estar mejor, a sentirnos más cómodos en el mundo.

Tal vez estás ahora ante una decisión fatal y no sabes qué camino seguir, ni cómo actuar; la incertidumbre genera miedo y confusión.
Tal vez puedas darte el permiso de parar un momento, de concederte un poco de calma, de tomarte el tiempo que necesitas... de confiar en tu propia luz; de confiar en que, tal vez, una intuición profunda dentro de ti pueda liberarse de la presión, soltarse y emerger con claridad a tus ojos.
Y entonces tal vez, solo tal vez, decidas tener el valor de seguirla.
